lunes, 24 de mayo de 2010

CONFERENCIA: LAS ETERNAS RELACIONES DE PAREJA. Miguel Menassa, candidato Premio Nobel 2010.

CHARLA-COLOQUIO

LAS ETERNAS RELACIONES DE PAREJA


Este jueves 27 de Mayo, a las 20.30, el Dr. Miguel Oscar Menassa, Director de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero y candidato al Premio Nobel de Literatura 2010, realizará una charla coloquio sobre Las eternas relaciones de pareja.
Entrada: 20 euros.
Se puede ver por http://www.helloworld.com/grupocero en directo, previo pago de 5 euros.
Para inscribirse, llamar al 917581940.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA HOMOSEXUALIDAD

la homosexualidad

¿Quién no se ha cuestionado alguna vez su tendencia sexual? ¿Cuántos se consideran homosexuales porque alguna vez sintieron atracción por una persona de su mismo sexo? ¿Por qué es una persona homosexual? ¿Será el fin de la heterosexualidad?
Muchas preguntas se generan en torno a esta modalidad de elección de objeto amoroso. Pocas respuestas y mucho silencio. Encendamos con la luz del Psicoanálisis la oscuridad de lo desconocido.
La homosexualidad es un fantasma que ocupa nuestro pensamiento en algún momento de la vida. El hecho de que la homosexualidad pueda o no ser orgánica, no nos evita la obligación de estudiar los procesos psíquicos de sus génesis. Para entenderla es preciso acudir al propio proceso de desarrollo humano.
El paso por la definición sexual está marcado por el primer enlace afectivo hacia una persona, que en todo humano acontece con la figura materna. Esta relación marca la entrada en el llamado complejo de Edipo. El desarrollo normal exige el desprendimiento de esta relación afectiva.
El proceso típico de la homosexualidad consiste en que algunos años, después de la pubertad, el adolescente fijado hasta entonces intensamente a su madre, se identifica con ella y busca objetos eróticos en los que le sea posible volver a encontrarse a sí mismo y a los cuales querrá entonces amar como la madre le ha amado a él. Como vemos, se produce una elección narcisista de objeto.
Detrás de este factor se oculta el desprecio a la mujer, su repulsa y hasta el horror a ella se derivan generalmente del descubrimiento de que la mujer carece de pene. En todo hombre, también hay que decirlo, subsiste cierto desprecio hacia la mujer por este motivo.
El homosexual, ha renunciado a la especie, a la reproducción y por tanto a las diferencias sexuales, es decir, sólo tolera la genitalidad de alguien de su mismo sexo. Las diferencias le ocasionan angustia y sólo puede cuando está frente a uno como él mismo.
También se nos muestra como un poderoso motivo de la elección de objeto homosexual el respeto o miedo al padre. Al renunciar a la mujer como objeto amoroso, la competencia con el padre y así, su propio riesgo.
Los factores de la etiología psíquica de la homosexualidad descubiertos hasta ahora son la adherencia a la madre, el narcisismo y el temor a la castración. Hay que sumar a estos factores, los celos hacia un hermano. Dichos celos condujeron a actitudes hostiles y agresivas hasta desearle la muerte, pero quedan luego reprimidos y transformados. Las personas antes consideradas como rivales se convirtieron en los primeros objetos eróticos homosexuales.
No se puede negar el poder de la especie, algo muy superior al sujeto, ya que la especie impone la reproducción para perpetuarse y para ello, necesita la heterosexualidad. A la especie no importando de qué manera lleguemos a ella o qué nos ocurra en el proceso. Si es mal vista la homosexualidad no es porque dos hombres o dos mujeres se besen o hagan el amor, sino porque en ese gesto, se atenta contra la procreación y es algo que la propia especie nunca va a permitir.
El homosexual no nace, se hace, como hemos visto, en el proceso de identificación con la figura materna. El deseo humano se caracteriza por nuestra tendencia a volver a encontrar la situación inicial mítica con aquella madre que un día  nos dio todo sin pedirnos a cambio nada.
En definitiva, las cosas nunca son lo que parecen. Son las palabras las que nombran las situaciones sexuales y no al revés. Sólo podemos conocer nuestra sexualidad si nos psicoanalizamos, si podemos hablar de las fantasías, las inhibiciones, con un profesional, que no juzgará, pero sí puntuará cómo nos relacionamos con nuestros semejantes.
No hay dependencia entre sexo biológico y elección de objeto. No sólo la homosexualidad es poco evidente para el psicoanálisis, también la heterosexualidad.


Helena Trujillo Luque
Psicoanalista de la Escuela Grupo Cero
C/ Esperanto, 9-2ºD Málaga (España)
Telef. 952 39 21 65

martes, 11 de mayo de 2010

¿SOY INFIEL?

¿SOY INFIEL?



Podría ser hipócrita y responder que en absoluto soy infiel, que me entrego en cuerpo y alma a mis ideas y mis amores, que nada cambia ni yo tampoco. Intentar convenceros de que esa es la mejor forma de vivir, que hacer lo contrario es una inmoralidad y que la infidelidad habría que desterrarla de este mundo. Como digo, podría ser hipócrita. Pero voy a ser sincera con ustedes.

Los datos que se refieren a la infidelidad conyugal reflejan que más de la mitad de los varones han tenido experiencias sexuales extraconyugales, las mujeres aún no alcanzan las mismas cifras, pero va en aumento. En contraste con esta realidad que se esconde tras un tupido velo, las personas valoran a la hora de buscar pareja, no el físico o la inteligencia, sino la fidelidad. Tampoco hay que pasar por alto que las infidelidades suelen ser una causa determinante en muchas rupturas de pareja. ¿Cómo compaginar entonces el ideal con la cruda realidad?

¿Somos unos inmorales o es que esta moralidad que tenemos no tiene en cuenta los deseos y necesidades humanos? Antes de que entren a polemizar con lo que digo, bien estaría definir lo que entiendo por fidelidad o infidelidad. Sería muy pobre quedarse en el terreno sexual para referirse a este término, aducir que cuando uno ama a una persona debe serle fiel y no mirar a ninguna otra. Esta es la concepción que seguro tendrán muchos de ustedes, pero puedo sumarle muchas más cosas. Ser fiel también habría que serlo a las primeras ideas que uno tuviera o a los primeros amores o a los primeros gustos. Sin embargo, ustedes entenderán que lo que un día me gustó no tiene por qué gustarme hoy, que lo que yo pensaba de la vida antaño hoy no coincide con mi pensamiento actual. Afortunadamente eso tiene que ser así. Las personas estamos en continuo crecimiento. Nuestros gustos varían, vamos sumando experiencias, relaciones. Si entendiéramos como infidelidad cada paso que uno diera que le aleje de lo anterior, no estaríamos donde estamos. Seríamos una especie sumamente pobre.

Nos caracterizamos por lo contrario, somos seres de gran complejidad, diferentes a cada instante, lo que pensaba ayer hoy no lo mantengo, puedo cambiar de trabajo, de pareja y hasta de color de pelo y eso no tiene por qué significar que sea mala persona o menos relevante para la sociedad. Sin embargo, se nos pide que seamos fieles en el terreno amoroso. ¿Cómo se habrá llegado a tal exigencia?

En un interesante trabajo de Freud “La moral sexual cultural en la nerviosidad moderna” el autor realiza un estudio donde contrasta las exigencias morales y las necesidades o deseos humanos. Una cosa es lo que se nos exige moralmente y otra, muy diferente, que “todos” podamos a llegar a satisfacer tales niveles. Hay personas para las cuales ser fieles a sus parejas es tarea fácil, pero para otras, en cambio, asumir tal exigencia les lleva al camino de la enfermedad, la insatisfacción o el engaño. Si uno quiere, es fácil de entender. Hay quienes se conforman con lo monótono, incluso, están así a gusto, personas a las que comer todos los días lo mismo les satisface. ¿Qué haría usted si todos los días hiciera lo mismo, viera a las mismas personas, dijera las mismas palabras? Creo que podría llegar a desesperarse. Pues eso mismo es lo que pedimos en el terreno sexual a todo el mundo, que se conformen todos los días con el mismo aburrimiento.

No todos somos así claro, porque podemos ser una pareja pero cocinar los mismos platos de forma diferente cada día, evitamos la monotonía, cada encuentro es una sorpresa. Este ideal, sin embargo, sean sinceros, pocas veces se cumple. El matrimonio acomoda, somos el uno del otro, posesiones, nos descuidamos, se acaba la pasión, todo monotonía, parecemos más que amantes, hermanos. Díganme así quién puede mantenerse fiel sin ser un insatisfecho.

Muchos hombres, para mantener sus matrimonios, vivían una vida paralela. Amantes o prostitución eran los caminos para su satisfacción, mientras que su vida familiar era cómoda y aparentemente feliz. Sus mujeres no les ofrecían lo que ellos necesitaban. Muchas de ellas también encontraban fuera de casa el lugar donde satisfacer sus fantasías, porque frente a sus maridos no podían. Como ven, un desencuentro de goces.

Entrar a valorar si esto está bien o no, no me corresponde. Pero sí decir que es una realidad. Que el ser humano no puede ser fiel, si lo es lo sería a sus primeros vínculos afectivos o amorosos, a sus primeras ideas y eso no hay quien pueda mantenerlo con salud. Tenemos que aceptar que ninguna persona puede ser una propiedad privada, la pareja ha de fundamentarse en el amor y/o deseo, para que ello se mantenga el trabajo ha de ser continuo. Conversar, respetar, tolerar. Debemos entender que  todos deseamos muchas cosas y no por ello dejamos de hacer las que hacemos. Que a veces para que mi marido esté a gusto conmigo, tiene que encontrarse con otras relaciones. Que yo a veces, cuando hago el amor con él, pienso en otras personas. Que por decir su nombre, digo el de otro. Que sueña con otros nombres que no son el mío. Que a veces, nos encontramos deseándonos. Y que no nos separamos ni nos matamos, porque aceptamos que somos diferentes y, aún así, nos amamos.

Usted elige, la hipocresía o la realidad del deseo humano. En otros lugares la gente se mata por esto, aquí nos animamos a la conversación.

Helena Trujillo Luque
Psicoanalista de la Escuela Grupo Cero

miércoles, 5 de mayo de 2010

No hablamos de nuestros problemas


Muchas veces la convivencia acaba siendo un pulso, a ver quién puede más. Hay muchas parejas que se dan cuenta demasiado tarde de que nunca han hablado de sus problemas, han tenido miedo a comunicar lo que les sentaba mal, se han tragado  sus enfados y han seguido como si nada. Cuando pasan los años, los enfados, los sacrificios, acaban por hacernos explotar. ¡YA NO AGUANTO MÁS! Lo que parecía una pareja modélica se ha transformado en una realidad que se ha ido forjando paso a paso, dos personas que no se soportan.

¿Qué hacer para que esto no ocurra? ¿Cómo prevenir la incomunicación? ¿Cómo no se un extraño para mi pareja? En primer lugar, no hay que dar la espalda a los problemas. Convivir no es nada fácil, supone aceptar dos modos diferentes de pensar y de vivir, supone darle al otro el espacio necesario para que se desarrolle como persona y eso, generalmente, no lo hacemos. Creemos que convivir es hacer las cosas de una manera, por tanto uno ha de imponerse al otro. A medio o largo plazo este modelo fracasa completamente porque dos personas piensan de dos formas diferentes, por tanto, hay que compaginar ambos modos de vivir, hacerlos compatibles, que cada uno tenga su espacio y que cada uno respete las necesidades del otro. Si partimos de esa base, queremos convivir, acepto un espacio para el desarrollo del otro, entiendo que no vivo solo/a y respeto a mi compañero/a, aprendemos a llevar una vida nueva sin una madre que aguanta todos nuestros defectos, habremos dado el primer paso para el éxito de la convivencia. 

Por otro lado, la incomunicación es uno de los mayores peligros, acaba minando sin solución la vida en pareja. Si tenemos miedo a hablar, si no nos atrevemos a decir lo que pensamos, si siempre digo que sí o siempre digo que no, habremos establecido una relación patológica desde un comienzo. El principal sustento de las relaciones ha de estar en el lenguaje, en poder mostrarnos al otro con sinceridad, en convivir con alguien que nos escucha, nos entiende, nos respeta. No quiere decir que siempre estemos de acuerdo, pero no le engaño, no le hago pensar que estoy de acuerdo cuando no es así. Si empezamos a sacrificar nuestros gustos, si siempre le digo que sí, al final acabaré totalmente insatisfecho/a, harto/a, deseando escapar de esa persona que nos asfixia o nos domina. Si desde un principio el otro me conoce tal y como soy, si tomo mis decisiones y mantengo mi libertad como persona, no le haré responsable de mi insatisfacción. La convivencia en pareja es compartir mi vida con otra persona, no vivir una vida partida por la mitad. 

Tomando unas interesantes palabras de un coloquio con el Dr. Miguel Oscar Menassa, no se necesita amar para ser feliz, el amor a veces no hace feliz, a veces el amor hace muy desgraciadas a las personas. Si no se goza no se ama bien, si no se es feliz no se ama bien. En realidad, estar enamorado es el grado de esclavitud máximo, no existe un grado de esclavitud, ni entre los antiguos esclavos, que sea tan grande como el enamoramiento. Una definición del amor es darle lo que no tengo a quien no soy. El amor es libertario, si yo la amo a ella, lo único que ambiciono es su felicidad. No me importa si es conmigo o con Dios, no me importa, me importa que sea feliz, eso es el amor. Poder separarse y encontrarse con el otro es la forma más bonita del amor, no tener miedo, no tener paranoia de separarme porque me voy a volver a encontrar, esa felicidad del encontrarse.

En realidad, a todos nos convendría aprender a amar, porque el hecho de tener pareja no quiere decir que uno sepa amar adecuadamente al otro.

Helena Trujillo, psicoanalista
(Continuará)




domingo, 2 de mayo de 2010

INFIDELIDAD


INFIDELIDAD
Se me paró el corazón, una rara sensación recorrió mi cuerpo cuando vi ese número en su teléfono. Mis sospechas se habían confirmado, aquellas excusas no eran más que eso, excusas. Cuánto me habría gustado creerle, pero algo me decía que me estaba mintiendo, nunca antes había comprendido aquellos retrasos, aquellas manchas en la ropa o aquel olor tan sospechoso. Llevábamos más de 11 años de relación y apenas 2 casados, todas mis ilusiones se habían cumplido al estar con él, la persona que más quería en el mundo y que ahora me estaba defraudando de esta forma.
Nos conocimos una noche en las fiestas en mi pueblo, cada año vuelvo allí para reencontrarme con mis familiares y con los amigos íntimos que aún conservo desde la infancia. Desde que comencé a trabajar me fui a vivir fuera, a la capital, pero nunca he olvidado de dónde procedo. Aquella noche era especial, había nacido mi primer sobrino y estaba exultante, quedé con mis amigos donde siempre, había que celebrarlo y puntual acudí, más guapa que nunca. Cuando llegué ellos aún no habían llegado, ya se sabe que los días de fiesta los más puntuales también se retrasan. Mientras les esperaba, pedí una cerveza en la barra y mientras tanto, bebía a pequeños sorbos y sonreía para mis adentros. Uno de los que estaban a mi alrededor empezó a fijarse en mí, al principio apenas le presté atención, iba a lo mío, pero fui dándome cuenta de que ignoraba la conversación de sus acompañantes para mirarme fijamente. Poco a poco esa situación fue incomodándome, el tiempo pasaba con demasiada lentitud y mis amigos no llegaban, nunca antes me había sentido tan observada por un desconocido.
Era un chico alto, joven, moreno, iba bien vestido y tenía pinta de no ser de la zona, tal vez un turista de los que se acercaban por estas fechas por el pueblo. Con los nervios me había terminado la cerveza y el camarero, antes de pedirle otra, ya me la había servido, le miré con extrañeza cuando me dijo que aquel chico que tanto me miraba me había invitado a la siguiente. Ante esta situación no tuve otra que agradecerle con un gesto la invitación, motivo que él aprovechó para dejar a sus amigos y acercarse, en un par de pasos, hasta mí. Comenzó a hablarme y entablamos una animada conversación, sin darme cuenta del paso del tiempo llegaron mis amigos y con ellos el motivo para irme a otro sitio. He de reconocer que ese chico, ya no tan desconocido, me atraía muchísimo, se mostraba muy seductor y apenas tímido, y la idea de ir con mis amigos había dejado de resultarme tan atractiva. No obstante, no podía echarme atrás y con dos besos nos despedimos, no sin intercambiarnos los teléfonos.
Me fui con ellos y de discoteca en discoteca pasamos la noche, cansada y sin mirar la hora, decidí irme para casa, los nervios del día, las copas y las altas horas de la madrugada habían hecho mella en mí. Tenía el teléfono en el bolso y no eché mano de él hasta llegar a casa, entonces me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas y un par de mensajes de Alberto, el chico que había conocido esa noche. Tras leerlos, y no sin nervios, me decidí a llamarlo, esperando que estuviera ya dormido y mi llamara no tuviera consecuencia alguna. Sin embargo poco después de los primeros tonos escuché su voz, me saludó cálidamente y me confesó no poder conciliar el sueño dándole vueltas a nuestro encuentro. Hablamos durante unos minutos cuando él, atrevido, me propuso encontrarnos en persona y seguir la conversación cara a cara. Yo ya estaba en pijama, desmaquillada y en la cama, en casa de mis padres, en la habitación de mi infancia, sin embargo no lo dudé un instante. En unos minutos me había puesto algo de ropa y estaba bajando a la calle. Allí ya estaba él, esperándome, con una sonrisa que iba de oreja a oreja. Nos dimos dos besos, pero ¡qué dos besos!
Pueden imaginarse que a ese le sucedieron otros intensos encuentros, a pesar de la distancia, pues vivíamos a más de 200 kilómetros, nos veíamos todas las semanas y hablábamos casi a diario. Él viajaba constantemente por su trabajo y yo seguía atareada con la empresa, así fueron pasando los primeros años. Nos fuimos integrando con los amigos de la otra parte y las familias acogieron muy bien la relación. A los tres años decidimos irnos a vivir juntos, no sin algún que otro problema, porque alguno de los dos tenía que cambiar de trabajo para poder llevarlo a cabo. Finalmente consiguió que su misma empresa le permitiera trabajar desde mi ciudad y de esta forma buscamos casa para compartir nuestras vidas. El comienzo de la convivencia fue bueno, como nuestros primeros viajes, nuestras primeras navidades juntos. Al principio conseguíamos ponernos de acuerdo y apenas había una palabra más alta que otra. Él continuaba viajando por su trabajo y aprovechábamos el tiempo que pasaba en casa para relajarnos, conversar y salir con los amigos. A los años, influidos tal vez por la familia, la edad, no sé por qué, decidimos casarnos y poco a poco fuimos organizando una boda que nunca me terminó de gustar. Demasiados familiares, conocidos, hasta gente que no había visto en mi vida. Llegó el día, lo disfrutamos y volvimos a casa exhaustos.
Superado ese trámite la convivencia fue cambiando, volvía distante de los viajes y apenas le apetecía que saliéramos juntos. Pasábamos el tiempo en casa, cada uno por su lado y las conversaciones muchas veces acababan en reproches. La tristeza me iba invadiendo, por las noches sentía su cuerpo distante y las relaciones sexuales muchas veces quedaban sólo en eso, sexuales, faltaba el cariño, la pasión de antaño. Hacía cómplice de mis dudas y desvelos a alguna amiga, pero no quería hacer caso a sus consejos, me negaba a pensar mal de él y pensaba que alguna preocupación del trabajo era la causante de nuestra distancia. Hoy, sin embargo, todo lo que no había querido ver se ponía frente a mis ojos, acababa de descubrir que Alberto llevaba casi dos años con otra mujer, el tiempo que llevábamos casados.
Cuando vi esas llamadas de teléfono y ese número que tanto se repetía comencé a investigar, llamé a algunos compañeros de trabajo y a su jefe para preguntarle por sus viajes, por el trabajo, me confirmaron que Alberto hacía bastante tiempo que no tenía que viajar tanto, había ascendido y ahora podía llevar el trabajo desde el propio ordenador de casa. Una de nuestras amigas, que conocía a Alberto desde hacía muchos años, me comentó en una ocasión algo que en aquel momento no entendí y por eso decidí llamarla y contrastar con ella mis interrogantes. Al principio quiso ser prudente, pero no pudo callar por más tiempo sus fundadas sospechas, en una ocasión pilló a Alberto saliendo de una discoteca con una chica en actitud más que sospechosa, fue atando cabos hasta que descubrió que su amigo no era tan sincero como ella pensaba. Me ayudó a descubrir quién era la chica, conseguimos su número de teléfono, que era el de las facturas, su dirección y hasta pude verla en alguna ocasión.
Durante un tiempo actué con Alberto como si nada, quería tener las cosas claras antes de soltarle toda la verdad. Me costaba reprimir mi dolor, lloraba a escondidas, por las noches me volvía en la cama para evitar estar cerca de él. Una mañana, cuando todo estaba más claro que el agua, me levanté antes que él, fui a hacerme un café y cuando iba a darse una ducha lo llamé desde la cocina. Al verme empapada en lágrimas y con la cara desencajada se quedó frío, como fría me había quedado yo aquel día. Me preguntó qué me pasaba y entonces fui enumerándole todos mis descubrimientos a los que él, en lugar de negarlos, acompañó con un profundo silencio. Quería separarme, poner distancia a ese dolor y olvidar a esa persona que me estaba haciendo tanto daño. Él se negaba, no quería romper lo nuestro, pero estaba claro que así no podíamos seguir. Me ofreció la opción de ir a terapia, era la única forma de que yo pudiera volver a confiar en él y de que aquello que un día fue una relación idílica, volviera a serlo.
Desde entonces han pasado varias semanas y sigo muy distante, pero comenzamos a ir a terapia de pareja, dejándome llevar, tal vez, por lo mucho que le quiero. Por el momento dormimos en camas separadas y no he querido volver a acostarme con él, aunque siempre he deseado mucho el contacto físico con su cuerpo. Pasa más tiempo en casa y apenas viaja, dando fe de que puede trabajar desde su propio ordenador. Ha hablado con la chica con la que me era infiel y ha puesto las cosas claras, han dejado de verse. Alberto nunca ha sido una mala persona, tiene multitud de amigos y sus compañeros y clientes le aprecian muchísimo, a mi  me enamoró locamente aquella noche y durante años hemos disfrutado juntos. Es cierto que en los últimos tiempos la cosa había cambiado y esta infidelidad ha sido una gran traición, es lo último que me esperaba de él. Hemos vuelvo a almorzar juntos, salimos a pasear cuando los ánimos me lo permiten y ha vuelto a confiarme sus pensamientos más íntimos. No sé qué pasará con nosotros, no sé si podré olvidar y si volveremos a ser cómplices. La verdad es que las sesiones me están ayudando mucho y creo que a él también, es cierto que en las relaciones acaban descuidándose cosas muy importantes y a veces no sabe uno con quién está viviendo realmente. Si hablamos dentro de un tiempo ya les contaré, por el momento le he dado una oportunidad a nuestra vida juntos. Si esto se rompe reconozco que también podré seguir adelante.