viernes, 28 de enero de 2011

Mañana de viernes, reflexiones de una psicoanalista.


Viernes, 28 de enero de 2011

Hoy el día amaneció con una fuerza incontenible. Una figura, un gran hombre, me recuerda lo necesitados que estamos de gobernantes con carisma, con ideales. Tierno Galván, aún te recordamos, los que aún no te conocimos. Los minutos se suceden, entre la música del piano. Leo las noticias de los periódicos, las tareas dejadas a medio realizar en el escritorio del ordenador y llego al correo electrónico. Uno breve me deja afectada por unas horas. Me doy cuenta que no es ni por el contenido del mismo, ni por el remitente. Es el lugar que ocupo, las vicisitudes de la relación, la transferencia.

Hablé demasiado, fui cómica, agresiva, cariñosa, educada, irónica. Por qué pasó así, por qué ahora es preciso un silencio, otra escucha. Uno no elige cómo ser frente a cada uno, sólo sabe después, cuando el otro te pregunta por qué siempre anda haciendo chistes, por qué me dice esas cosas, por qué no dice nada. ¿Personalidad? ¿Desvarío? No. Lo que tenga que pasar que pase, no le empujaré a seguir ni a marcharse. Estoy dispuesta a ser su psicoanalista, a ser lo que necesite que sea, una madre cariñosa, la autoridad de un padre que no tuvo, la que le espera llegar o la que te dejar partir y te entrega al mundo.

Él quería que respondiera a todas sus preguntas, Ella quería que le diera la razón, Él curarse de lo que no tiene cura, ser humano, soportar la incertidumbre, no saber lo que pasará hasta después. Psicoanalizarse, una aventura para el paciente, un trabajo para el psicoanalista. Una tarea imposible, que se va realizando en un entrecruzamiento de deseos, de palabras.


Helena Trujillo
Psicoanalista

jueves, 27 de enero de 2011

No llevar bien una ruptura

“ODIO A LOS HOMBRES”



“Ellos son así, traicioneros, infieles por naturaleza, te embaucan y luego te dejan tirada a la primera de cambio”. Cuántas veces no habremos escuchado esto, mujeres resentidas por alguna mala experiencia sentimental o, simplemente, prejuicios sobre el sexo opuesto. Todos tendemos a generalizar alguna que otra vez, pero las verdades como tales, cuando se trata de los seres humanos, no existen.
¿Por qué una mujer puede llegar a decir que odia a los hombres?; ¿puede llegar a ser tan negativo un desengaño amoroso como para poner punto y final a toda oportunidad de enamoramiento?; ¿son todos los hombres iguales?; ¿por qué poner las esperanzas de felicidad en ellos?; ¿acaso son los que nos tienen que proveer de todo?; ¿si una relación sale mal, todas tienen que salir mal?
Cuando se trata del amor entre hombres y mujeres hay muchas ideas preestablecidas, cada uno tiene unas expectativas diferentes que no siempre concuerdan con la realidad. Hombres y mujeres no tienen las mismas necesidades ni tampoco la misma forma de satisfacerlas. Lo que podría ser complementario, muchas veces queremos que sea idéntico, cosa que es imposible. La mayoría de los malentendidos se producen porque no asumimos la realidad de las relaciones amorosas, no se diferencian tanto del resto de relaciones humanas. Tiene que prevalecer el respeto, la educación, el derecho a la intimidad, los gustos propios. Sinceramente, todos podemos reconocer que en pareja la mayoría de estas cosas no se respeta. Existe la tendencia a pensar que tener intimidad es engañar al otro, que si hay proyectos individuales estos irán en detrimento de la relación, que la confianza es mostrarse ante el otro tal cual uno es, es decir, con todos los defectos. Es el principio del fin.
Al igual que podemos hablar teóricamente de cierto desprecio a lo femenino en los hombres, ya sea por desconocimiento de nuestra propia naturaleza o porque en muchas ocasiones sólo hemos sido objeto y no sujetos del deseo; en muchas mujeres también anida una hostilidad hacia los hombres que podemos ver en muchas actitudes feministas. Muchas mujeres atribuyen al varón una vida más fácil y asequible, como si a ellos el pan y el reconocimiento les cayera del cielo sin ningún trabajo previo. Hay que reconocer que si el hombre ha alcanzado algún prestigio social ha tenido que invertir horas de trabajo, dinero y sacrificar muchos momentos amorosos y de ocio. Sin embargo, si queremos alcanzar un lugar equivalente al de muchos hombres, tendremos que tomar un camino equivalente, que no igual, porque el que repite lo hecho jamás lo alcanzará.
Ellos también tienen que abandonar la casa materna para conquistar un mundo nuevo y desconocido, también aman y preferirían quedarse en brazos de su enamorada, ellos también dejan a los hijos con dolor para ir a trabajar. Su mundo lo tienen que hacer con sus propias manos y, muchas veces, construyen parte del mundo de la mujer con la que comparten la vida. ¿Reconocemos las mujeres la generosidad que muchos hombres han tenido con nosotras? Hablamos del trabajo doméstico, de la ardua labor del cuidado de los hijos, pero digno es reconocer que ellos también hacen algo por la familia. Tal vez, unos y otros tengamos que aprender cosas del mundo femenino y del mundo masculino, tal vez no existen medias naranjas, sino medias vidas y a lo que deberíamos aspirar es a ser dos naranjas, tener vidas completas.
Cuando hacemos del amor el centro de todas las cosas, no tenemos en cuenta que, como decía Freud en su texto “El malestar en la cultura”: jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado a su amor. Diría que esa es la base del resentimiento de muchas personas cuando, tras una ruptura sentimental, afirman no querer probar nunca más esa medicina. Si esperamos que el amor nos genere la felicidad que nos tiene que dar el trabajo, las relaciones sociales, los proyectos sociales, no sólo nos quedaremos sin amor, sino que además, nos sentiremos profundamente defraudados. Si no proyectamos nuestro futuro, no podremos ser felices. La felicidad es la realización de un trabajo, en conjunto entre dos o más personas. Y si no, no hay felicidad. El resentimiento y el odio no pueden ser buenos compañeros de vida, tenemos que reconocer los errores propios cometidos en la relación de pareja, parte de responsabilidad tenemos en ese fracaso y estar abiertos a nuevas personas, no porque sea necesario tener pareja para vivir, pero sí es necesario amar a otros para vivir. Vivir acompañado no es un consejo, es la única manera de vivir.

Helena Trujillo
Psicoanalista Grupo Cero