METER LA PATA
Metí la pata, ¡cuántas veces lo habremos dicho! Le dijiste algo a quien no debías, te pasaste de entusiasta y acabaste arrepintiéndote. Muchas veces cometemos “errores” por desconocer las costumbres o normas implícitas en ciertas relaciones. Hasta que no ocurre la primera vez no puedes saber qué piensa esa persona, si es reservada, si no lo es, si se lleva bien con fulanito o no. Las personas no venimos con un manual debajo del brazo y todos somos muy diferentes.
Es común, por cierta ingenuidad o torpeza en las relaciones, querer aglutinar en una misma reunión a varias personas, luego te das cuenta de que no pegan ni con cola o simplemente no quieren compartir ese nuevo contexto. El deseo de pasar un buen rato no te deja ver que no todo el mundo es igual, que existen los celos, la envidia, las clases sociales, el tráfico de información, el qué dirán… Qué complicado parece esto de estar bien con todos. Si te dejas llevar por lo que te apetece, puede que a otro le siente mal. Si actúas según los cánones establecidos acabas sintiéndote incómoda porque se vuelve una obligación algo que comenzó de una forma espontánea. No podemos vivir dándole siempre vueltas al coco, calculando cada paso que damos. No podemos saber de antemano qué espera el otro y si le sentará bien. Después de actuar es cuando podemos valorar los resultados y, esto muchas veces tiene su precio.
No siempre un perdón, una disculpa por nuestra torpeza o desconocimiento es bien acogido. Hay personas que no pasan ni una y si no eres de ellos estás contra ellos. En realidad, deberíamos ser más tolerantes, permitir que las personas nos vayamos conociendo. Con el tiempo, con las experiencias vividas mutuamente acabamos conociendo a los otros y sabiendo qué darle a cada uno.
Helena Trujillo
Psicoanalista
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