Había llegado el día, tan temido por tan deseado, donde todas mis necesidades estaban cubiertas; no sólo las necesidades que hacían a mi bienestar social, sino aquellas que descubrían mis necesidades amorosas.
Ya nada tendría que esperar del futuro, ya nada ensombrecería mi condición humana, sin embargo un sabor amargo entorpecía mis próximos pasos.
Me sentía necesitada y amada, ya pesar de eso no era suficiente.
Estas cuestiones están en el principio de todo final, ese momento en que dejamos de amar todo aquello que comienza y el aburrimiento invade cada nuevo encuentro y cada nueva acción, haciéndolos sonar a viejos.
Y esto porque al ser humano, sea hombre o mujer, no le basta con sentirse necesitado o amado, también es necesario que se sienta deseado, esto quiere decir que no le basta con ser objeto de amor, es necesario que ocupe el lugar de causa del deseo.
Esta verdad está en el corazón de la vida sexual, es la condición de la felicidad humana.
A veces pasa que en las relaciones de pareja cuando ella ocupa el lugar de la madre no sólo lo ocupa para los hijos, sino también lo ocupa para el padre de sus hijos, esto quiere decir que es necesitada y amada, pero no puede ser deseada, no puede ocupar el lugar de causa del deseo de su pareja. Así, hay hombres que desean a la mujer que no aman y aman a la mujer que no desean, sufriendo de impotencia psíquica. Hay mujeres que prefieren parecer que aman y parecer que desean, que dejar un instante de ser mujer para sólo parecerlo. Y esto porque en la comedia de los sexos se representa la tragedia de Edipo.
Ocupar el lugar de causa del deseo, para el otro, es el comienzo de la comedia de los sexos puesto que para ocupar ese lugar tiene que ponerse en juego la impostura de los comediantes: él tiene que parecer que tiene y ella tiene que parecer que es. Es por eso que se ponen en juego una impostura masculina y una mascarada femenina.
Hay mujeres que prefieren parecer que gozan, a gozar pareciendo que son, puesto que ser hombre o ser mujer es una cuestión de apariencia.
Es para ser el falo, es decir el significante del deseo del otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de su femineidad, concretamente todos sus atributos. Es por lo que no es por lo que pretende ser deseada, al mismo tiempo que amada. El significante propio de su deseo lo encuentra en el cuerpo de aquel a quien se dirige su demanda de amor. El órgano masculino tiene para ella valor de fetiche. Como objeto de amor la priva de lo que da y como deseo encuentra en él su significante. Es por eso que la ausencia de satisfacción sexual, es decir la frigidez, es bien tolerada por ella, mientras que la represión inherente al deseo es menor que en el hombre. Ella no satisface su demanda de amor, pero sí su deseo.
El hombre, por el contrario, encuentra cómo satisfacer su demanda de amor en la relación con la mujer en tanto ella da lo que no tiene: erección. Ella desencadena la erección, luego él tiene que arreglárselas con ella. Es por eso que en el hombre la impotencia sea soportada mucho peor que la frigidez en la mujer. Podríamos decir incluso q e la potencia y la frigidez son condición del lugar de causa del deseo, en tanto el goce masculino y el goce femenino no son sólo cuestión de órganos genitales.
Lo fundamental del goce femenino es la ausencia de localización. Ella goza con todo su cuerpo, por eso que su orgasmo no tiene su sede en el clítoris o en la vagina.
En la comedia de los sexos ambos entran en el juego por el engaño: la impostura masculina y la mascarada femenina. Frente al sexo el sujeto se encuentra perplejo, enfrentado a un enigma ininteligible, para el cual no tiene ningún saber, ni recurso. Enigma que obliga a una respuesta: situarse en relación a él.
Como hombre y como mujer los sujetos no se distinguen, sino que se los distingue.
AMELIA DÍEZ CUESTA
Si su relación de pareja no funciona, puede consultarme y le orientaré sin compromiso.
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