“ODIO A LOS HOMBRES”
“Ellos son así, traicioneros, infieles por naturaleza, te embaucan y luego te dejan tirada a la primera de cambio”. Cuántas veces no habremos escuchado esto, mujeres resentidas por alguna mala experiencia sentimental o, simplemente, prejuicios sobre el sexo opuesto. Todos tendemos a generalizar alguna que otra vez, pero las verdades como tales, cuando se trata de los seres humanos, no existen.
¿Por qué una mujer puede llegar a decir que odia a los hombres?; ¿puede llegar a ser tan negativo un desengaño amoroso como para poner punto y final a toda oportunidad de enamoramiento?; ¿son todos los hombres iguales?; ¿por qué poner las esperanzas de felicidad en ellos?; ¿acaso son los que nos tienen que proveer de todo?; ¿si una relación sale mal, todas tienen que salir mal?
Cuando se trata del amor entre hombres y mujeres hay muchas ideas preestablecidas, cada uno tiene unas expectativas diferentes que no siempre concuerdan con la realidad. Hombres y mujeres no tienen las mismas necesidades ni tampoco la misma forma de satisfacerlas. Lo que podría ser complementario, muchas veces queremos que sea idéntico, cosa que es imposible. La mayoría de los malentendidos se producen porque no asumimos la realidad de las relaciones amorosas, no se diferencian tanto del resto de relaciones humanas. Tiene que prevalecer el respeto, la educación, el derecho a la intimidad, los gustos propios. Sinceramente, todos podemos reconocer que en pareja la mayoría de estas cosas no se respeta. Existe la tendencia a pensar que tener intimidad es engañar al otro, que si hay proyectos individuales estos irán en detrimento de la relación, que la confianza es mostrarse ante el otro tal cual uno es, es decir, con todos los defectos. Es el principio del fin.
Al igual que podemos hablar teóricamente de cierto desprecio a lo femenino en los hombres, ya sea por desconocimiento de nuestra propia naturaleza o porque en muchas ocasiones sólo hemos sido objeto y no sujetos del deseo; en muchas mujeres también anida una hostilidad hacia los hombres que podemos ver en muchas actitudes feministas. Muchas mujeres atribuyen al varón una vida más fácil y asequible, como si a ellos el pan y el reconocimiento les cayera del cielo sin ningún trabajo previo. Hay que reconocer que si el hombre ha alcanzado algún prestigio social ha tenido que invertir horas de trabajo, dinero y sacrificar muchos momentos amorosos y de ocio. Sin embargo, si queremos alcanzar un lugar equivalente al de muchos hombres, tendremos que tomar un camino equivalente, que no igual, porque el que repite lo hecho jamás lo alcanzará.
Ellos también tienen que abandonar la casa materna para conquistar un mundo nuevo y desconocido, también aman y preferirían quedarse en brazos de su enamorada, ellos también dejan a los hijos con dolor para ir a trabajar. Su mundo lo tienen que hacer con sus propias manos y, muchas veces, construyen parte del mundo de la mujer con la que comparten la vida. ¿Reconocemos las mujeres la generosidad que muchos hombres han tenido con nosotras? Hablamos del trabajo doméstico, de la ardua labor del cuidado de los hijos, pero digno es reconocer que ellos también hacen algo por la familia. Tal vez, unos y otros tengamos que aprender cosas del mundo femenino y del mundo masculino, tal vez no existen medias naranjas, sino medias vidas y a lo que deberíamos aspirar es a ser dos naranjas, tener vidas completas.
Cuando hacemos del amor el centro de todas las cosas, no tenemos en cuenta que, como decía Freud en su texto “El malestar en la cultura”: jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado a su amor. Diría que esa es la base del resentimiento de muchas personas cuando, tras una ruptura sentimental, afirman no querer probar nunca más esa medicina. Si esperamos que el amor nos genere la felicidad que nos tiene que dar el trabajo, las relaciones sociales, los proyectos sociales, no sólo nos quedaremos sin amor, sino que además, nos sentiremos profundamente defraudados. Si no proyectamos nuestro futuro, no podremos ser felices. La felicidad es la realización de un trabajo, en conjunto entre dos o más personas. Y si no, no hay felicidad. El resentimiento y el odio no pueden ser buenos compañeros de vida, tenemos que reconocer los errores propios cometidos en la relación de pareja, parte de responsabilidad tenemos en ese fracaso y estar abiertos a nuevas personas, no porque sea necesario tener pareja para vivir, pero sí es necesario amar a otros para vivir. Vivir acompañado no es un consejo, es la única manera de vivir.
Helena Trujillo
Psicoanalista Grupo Cero